26 de marzo de 2020

EN CUARENTENA

Hola, confinado/a, ¿cómo lo llevas? ¿Estás cumpliendo a rajatabla con los mandamientos de la cuarentena? ¿O eres de esos que se cruzan la ciudad para tirar la basura? ¿¿Ehmmm??
No sé tú, pero yo ya salgo medio acojonado a la calle, y no solo por el puto virus (¿puede haber enemigo más inquietante que aquel que no ves venir?). Resulta que mi domicilio actual ya no es el que figura en mi DNI (lo sé, debí haberlo modificado en su día. Yo tampoco soy un ciudadano ejemplar, qué le vamos a hacer), que está en la otra punta de Zaragoza. Y claro, a ver cómo le explicas a la poli si te para y te pide la documentación, con la de milongas que tiene que estar escuchando a diario, que tú ya no vives en esa dirección: «¿Que qué se me ha perdido por aquí?... No... je, je... Verá, agente, yo es que ahora vivo en esa calle de ahí, a la vuelta de la esquina. Si me acompaña un momento se lo puedo demostrar... ¿Cómo? ¿Seiscientos euros de multa?». Así que me puse a buscar por casa algún papel "oficial" en el que constase mi dirección actual para llevarlo encima cuando salga a la calle, por si acaso.

Nimiedades aparte, la situación se ha vuelto surrealista: casi todo cerrado, la gente metida en su casa y la policía y el ejército en las calles. El confinamiento (por supuesto, necesario para que el virus no se esparza tan rápidamente y el sistema sanitario no colapse -aunque en algunos territorios ya lo haya hecho-) no deja de ser un arresto domiciliario indirecto en el que el confinado disfruta de ciertos permisos para salir de la reclusión solo en determinados casos que, además, se van reduciendo progresivamente. El estatus en el que muchos nos encontramos viene a ser como una especie de libertad condicional restringida, pero que nadie con dos dedos de frente cuestionaría, dada la coyuntura. Sí, todo muy raro. Incluso en algunos Estados, donde el confinamiento aún no es obligatorio, ya hay gente que se está recluyendo voluntariamente en su casa.
Hace unos días leí un tuit de Arturo Pérez-Reverte que ilustra de alguna manera este insólito panorama. En el tuit, Arturo contaba lo que le había dicho un amigo suyo por teléfono: «Es la primera vez que puedo salvar al mundo sentado en un sofá y rascándome los huevos». Ya, ya sé que quienes están salvando el mundo son otros, pero el tuit no va tan desencaminado y encima te echas unas risas.

Es realmente asombroso contemplar cómo pueden cambiar tanto las cosas en tan poco tiempo. Lo que ayer era A, hoy es B, y así. Un día nos alentaban a que saliésemos a manifestarnos, y al siguiente, que por favor nos quedásemos en casa. Hoy nos piden que nos quedemos en casa, pero vete a saber lo que nos piden mañana.


1 de marzo de 2020

LA MONTAÑA MÁGICA, DE THOMAS MANN

En esta entrega, te brindo mi opinión de lector medio acerca de esta obra:

La lectura de este tocho ha sido como la ascensión misma a esa imponente montaña; algunos tramos se me han hecho tan cuesta arriba que, en momentos puntuales, habría desistido buenamente de mi empeño dando media vuelta tan ricamente.

El autor ya te advierte de antemano (en sus “Intenciones”, previas a la narración) que va a contar la historia con excesiva minuciosidad. O sea, que te prepares para la que se te viene encima, chaval/a. Que sí, que recrearse profusamente en los detalles para vestir la narración queda fetén, da muestra de vasta erudición y tal, pero, en mi opinión, el autor peca de hacerlo en ciertos aspectos o materias que muchas veces no llevan a ninguna parte (como la biología, ¡y menos mal que apenas abre el melón de la botánica!), mientras que pasa por alto otras cuestiones referentes a la trama, tal vez de mayor interés y calado, dejando incluso algún cabo suelto.
Aparte de esos fragmentos tan técnicos en los que se pone en plan cientifista, hay pasajes en los que no he entendido ni papa. Fundamentalmente, abstractos y elevados debates intelectuales entre dos de los personajes, bien por las contradicciones dialécticas en que caen sus propios discursos o bien porque requieren de conocimientos sobre doctrinas filosóficas para que tales polémicas puedan ser netamente comprensibles, lo cual, para un lector medio, acaba resultando un tanto frustrante.

Por otro lado, los temas y asuntos que aborda la novela suelen ser significativos e interesantes, y la historia no deja de ser enigmática. También hay emotivos episodios cuyos trances llegan a conmover hasta sacarte la lagrimilla y otros que directamente ponen los pelos de punta.

Mi conclusión es que, si dispones de tiempo y paciencia, merece la pena echarse en la tumbona y emprender la aventura (de encumbrar y descender la montaña) que, simbólicamente, supone la lectura de este libro. ¡Hale, ánimo!